que hiciesen con los dos ladrones. Fueron mucho más lejos de lo que era, estrictamente hablando, su deber. Y estuvieron ciegos a toda la evidencia de que uno de sus presos era diferente, alguien especial: los comentarios de la gente, el comportamiento del Señor, las palabras del Señor, el cambio que hubo en uno de los ladrones, la oscuridad sobrenatural que acompañó a la muerte del Señor, etc. Pudieron estar más cerca que nadie del Hijo de Dios encarnado y más cerca que nadie de la Cruz, pero de
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